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domingo, 26 de abril de 2009

El Derecho a la Cuchara = Fiat Panis

El Derecho a la Cuchara = Fiat Panis

Padre Rafael Castillo Torres

“Padre Rafa yo no le tengo miedo ni a los paracos ni a los guerrilleros, sino a una escasez de Yuca”. Campesino montemariano.

“Tuve hambre y no me dieron de comer; tuve sed y no me dieron de beber; fui un extraño y no me hospedaron; estaba desnudo y no me vistieron; enfermo y en la cárcel, y no me visitaron…।Les aseguro que cuando dejaron de hacerlo con uno de estos pequeños, dejaron de hacerlo conmigo” (Mateo 25,42-43 y 45).


Introducción

A la humanidad se le plantean muchas cuestiones en este momento, pero, sin duda, hay algo que pesa más que todo lo demás। Lo más grave, lo más urgente. ¿De qué se trata? El siglo XX ha sido el siglo más violento de toda la historia de la humanidad. Hasta tal extremo que resulta sencillamente imposible calcular, de manera más o menos aproximada, los millones de muertos que han causado las dos guerras mundiales y los cientos de otras guerras que han arrasado y siguen arrasando a pueblos enteros. Pero la violencia más aterradora del pasado siglo y de este milenio que apenas comienza ni ha sido, ni es, la violencia de la guerra. La violencia mayor, la que más muertos ha costado, la que sigue destruyendo más vidas humanas, es la violencia que resulta de la economía, concretamente, la economía del mercado neoliberal, tal como está organizado y tal como funciona de hecho.


No es una exageración, ni una afirmación gratuita. Se sabe que en la actualidad se produce un 10% más de los alimentos que necesitamos para vivir toda la humanidad y, sin embargo, mueren de hambre 35.000 niños cada día. Y los adultos que pierden la vida, como consecuencia de la desnutrición, son, por lo menos, otros tantos. O sea, la economía está "organizada" de tal manera que produce, cada veinticuatro horas, por lo menos 70.000 muertos. Que nosotros sepamos, no ha habido guerra que se acerque, ni de lejos, a semejante crueldad. Y lo peor es que estas cifras van en aumento, porque cada año que pasa hay más pobres, que son cada vez más pobres.

Hablar de los pobres y del hambre no es, pues, "una cuestión de tantas". Es, sin duda, la cuestión más urgente y más profunda que tiene planteada la humanidad, y que deben plantearse, con decisión y honestidad, los estados, las organizaciones internacionales y todo ser humano que tenga un poco de sensibilidad.

1. El Dios que hace posible el derecho a la cuchara.

Nuestros Obispos latinoamericanos no han dudado en reconocer que en nuestro mundo hay dos tipos de hombres cuando afirman: “Pocos tienen mucho, mientras muchos tienen poco”. Y en una sociedad como la nuestra cualquier hombre concientizado para saber si debe escuchar o no a la Iglesia, le preguntará: ¿ Con quién está tu Dios?. Hay quienes consideran evidente una respuesta acusatoria. Recordemos aquella famosa canción de Atahualpa Yupanqui que termina así:

“¿Que Dios vela por los pobres?

Tal vez sí o tal vez no...Pero es seguro que almuerza en la mesa del Patrón”.

Naturalmente Atahualpa no pudo ver a Dios sentado en la mesa del Patrón. Pienso que vería a alguno de sus representantes, lo cual tampoco es una prueba concluyente; y en caso de que así fuera, serían representantes equivocados. Si queremos saber de verdad con quien está Dios, debemos dirigir nuestra mirada hacia el Antiguo Testamento donde encontramos los orígenes del derecho a la cuchara.

Cuenta el libro del Éxodo que cuando el pueblo hebreo atravesaba el desierto, sintió hambre y añoranza de las cebollas de Egipto. Precisamente en esta circunstancia Dios se mostró como Padre Providente. Les envió el Maná…pan bajado del cielo. Pero igualmente les advirtió, que respetaran el día sábado y que cada quien tomara lo necesario. Como la condición humana es lo que es y la cultura del avispamiento siempre ha existido, no faltaron quienes salieron a buscar el maná en día sábado y regresaron con las manos vacías, tampoco faltaron quienes recogieron más de lo debido y lo acumularon, pero igualmente se les pudrió. Es en estos escenarios donde Dios educa responsablemente a su pueblo en el derecho a la cuchara con tres lecciones muy concretas:

· La riqueza que viene de Dios es suficiencia y no superfluencia. Dios siempre nos va a dar el mínimo necesario para que cada quien, en armonía y respeto con la creación, desarrolle su grandeza de ser humano y de hijo de Dios. Es la sabiduría popular montemariana que no duda en afirmar: “Dios da el pan de cada día…lo que no da es la panadería”.

· La lógica de Dios en el derecho a la cuchara no es la de la acumulación sino de la del compartir. Que a nadie le falte porque a ninguno le sobra. Dios no admite que nadie se coma más platos de los que le tocan. El hambre de las personas que viven en Bajo Grande o Caracolí, en Cansona o en Guamanga, en Corralito o en Capaca, no depende de que la mamá haya preparado poca comida, sino de que, o algunos se están comiendo más platos de los que les corresponde, o los encargados de repartir mantienen todo bajo llave.

· El derecho a la cuchara también nos pone de presente que el problema no es la falta de alimentos sino una pésima distribución de las riquezas de la creación, las cuales Dios proveyó para todos. El querer de Dios es una sociedad donde cada quien pueda dar según su capacidad y pueda recibir según su necesidad.

2. El derecho a la cuchara como inclusión de los marginados.

Si en el Antiguo testamento el derecho a la cuchara fue pan para calmar el hambre de un pueblo, en el nuevo testamento, desde la experiencia de Jesús, es inclusión de todos en una mesa de iguales.

La antropología cultural ha mostrado que en todas las sociedades las comidas poseen un enorme valor simbólico. En ellas se reproduce a escala reducida el sistema social y su organización jerárquica. Basta observar cómo nos colocamos todavía hoy en la mesa y el orden en el que se sirven los alimentos, o incluso el hecho de que a las personas de mayor dignidad en la casa se les reserven ciertos alimentos, para darnos cuenta de que todavía hoy las comidas son un medio para reforzar la estructura de un grupo. Esto ocurre en las comidas privadas, pero sobre todo en los banquetes públicos.

Las comidas sirven, al mismo tiempo, para unir a los que las comparten y separarlos de los demás, y por eso son muy eficaces para reforzar las líneas divisorias entre los grupos। Estas fronteras se refuerzan de varias formas. La más importante es la comunión de mesa, es decir, la comida nos une a aquellos con los que comemos y nos separa de aquellos con quien nos está prohibido comer. Estas líneas de separación pueden trazarse también delimitando qué alimentos está permitido comer y cuáles no. Con este mismo objetivo se establecen días en los que los miembros de un grupo celebran comidas especiales, y también días en los que dichos grupos se privan de la comida (ayuno).


El Judaísmo había acentuado todos estos elementos confiriendo a las comidas un significado político-religioso, y asignándoles la función de delimitar las fronteras entre los que pertenecían al pueblo de Israel y los que no. Había personas con las que no se podía compartir la mesa, porque su forma de actuar (publicanos y pecadores) o su condición social (ciegos, cojos, etc.) los excluía de la comunión con los miembros del pueblo elegido. También eran muy rígidas las normas acerca de los alimentos puros e impuros, y sobre los días en que se debía ayunar.

Las comidas de Jesús tenían un enorme significado porque violaban casi todas estas normas. Jesús comía con personas con las que un buen judío no debía compartir la mesa. Además declaraba que todos los alimentos eran puros, y para colmo no observaba el ayuno ni quería que sus discípulos lo hicieran (Mc 2,18-22). Tenemos que preguntarnos por qué Jesús se comportó de una forma tan provocadora.

Si las comidas son un microcosmos del sistema social, una forma de comer distinta de la habitual puede ser una forma de poner en crisis dicho sistema social। La sociedad en que Jesús nació estaba determinada por un rígido sistema de pureza, que dividía a los seres humanos según su sexo, su condición social y su pertenencia étnica. Al romper estos esquemas, Jesús quiere romper estas fronteras que separan a los puros de los impuros. El sistema social que aparece en sus comidas es el de una familia en la que todos son iguales.


Por otro lado, al admitir en su compañía a los publicanos y a otros pecadores públicos, Jesús ponía en práctica una estrategia de reintegración social, que también mandó practicar a sus discípulos. Esta estrategia es muy semejante a la que hemos descubierto en el caso de las sanaciones y los exorcismos. Los publicanos, los pecadores, los enfermos y los endemoniados tenían en común algo muy importante: todos ellos habían sido marginados por la sociedad en la que vivían. La forma de actuar de Jesús termina con esta situación de marginación.

Finalmente las comidas de Jesús tienen mucho que ver con la llegada del reinado de Dios। Esta relación aparece en sus parábolas y en su predicación. Ya los profetas habían relacionado las comidas con el cumplimiento de las promesas de Dios (Is 2). Jesús asume y amplía esta relación. El reino es un gran banquete en el que los puestos de honor se organizan de otra manera; un banquete al que hay que invitar sobre todo a los ciegos, cojos, lisiados, indigentes, etc. (Lc. 14). Jesús no renunció a este comportamiento contracultural, porque sus comidas expresaban y hacían presente el Reinado de Dios que anunciaba en su predicación.


3. El derecho a la cuchara como globalización de la solidaridad.

“Dijo Jesús a los discípulos: No hace falta que esta multitud vaya a las aldeas. Dadles vosotros de comer”. San Mateo, cap. 14.

En mi concepto, y dada las circunstancias en que hoy nos toca vivir, nos resulta muy difícil hacer lo que Jesús hizo aquella vez, pero nos tocaría, sin duda alguna, hacer con valor, cuanto él haría hoy en las circunstancias que nos toca vivir. El “Dadles vosotros de comer” tendría hoy otros alcances. Me aventuro a proponerlo de la siguiente forma: “Andrés y Juan se encargarían de tecnificar la piscicultura en el lago de Genesaret. Felipe y Bartolomé tomarían la tarea de rediseñar la agricultura en Galilea y las demás provincias. Los dos Santiagos responderían por la ecología del proyecto: Que los desechos industriales no contaminen el entorno. Mateo se haría cargo del mercadeo del trigo, el vino, el aceite y el pescado. Tomás examinaría el cumplimiento puntual de las metas prefijadas. Pedro estaría atento al avance total del proyecto. Resultado: La multitudes ya no tendrían hambre. Pero faltaría una urgente política: Que cada quien examinara diariamente su interior para evitar toda pereza y egoísmo.

Mateo nos cuenta que mucha gente había seguido a Jesús durante varios días, por lo cual ya no tenían provisiones. Los discípulos le piden entonces al Maestro que los despida, para que se provean de alimento en las aldeas vecinas. El Señor les responde: “No hace falta que vayan. Dadles vosotros de comer”. Ellos le replicaron: “No tenemos más que cinco panes y dos peces”.

Este es el punto de partida de Jesús, el aporte de la comunidad. El primer gesto de amor es cuando la gente humilde es capaz de dar desde su pobreza. Luego Jesús, al aporte de la comunidad le incorpora un valor agregado de alto significado y es que les pide que se organicen en grupos. Donación mas organización son colocadas en las manos de Jesús para que los presente a Dios y luego regresárselo al pueblo en forma de bendición. El derecho a la cuchara también tiene que ver con la generosidad porque en la medida en que uno va dando el cielo también va aflojando.

Jesús actuó ese día de forma milagrosa. Hoy nos pide que también nosotros realicemos el prodigio de compartir. Porque a veces se necesita un milagro para que ciertas personas adineradas quieran ayudar a los demás.

Las estadísticas sobre miseria, hambre, ignorancia nos asustan a diario desde los medios de comunicación. Pero muchos no avanzamos más allá del asombro. Valdría la pena entonces que Jesús volviera, a motivar a la industria, la empresa, las familias de hoy, hacia una justicia social metódica y eficaz.

Mucha gente no hace parte de las estructuras sociales y económicas. Son ciudadanos del común, catalogados como consumidores. Sin embargo el corazón de un cristiano guarda en su haber numerosas iniciativas, que pueden hacerse realidad, cuando leemos que Jesús globalizó la solidaridad compartiendo los panes y los peces.

Comenzaríamos por recortar muchos gastos superfluos. Muchos de ellos responden más a un capricho personal, no apuntan a calificar nuestra vida. Nacen de un estereotipo que la sociedad nos impone.

En seguida habría que mirar alrededor, para reconocer que los necesitados son hermanos nuestros. Algo muy obligante. En tercer lugar procuraremos racionalizar la caridad. Avanzando de actitudes compasivas a realizaciones constructivas. Ayer y hoy lo que redime de veras al hombre es el pan de la educación. La FAO (Organización de la ONU para alimentación y a la agricultura) muestra en su emblema una espiga y esta leyenda: “Fiat panis” (Hágase el pan)। Eco de aquella palabra creadora de Dios que indica el Génesis. Para ser cristianos verdaderos, es necesario que cada uno de nosotros marque esta divisa sobre su propio corazón.


Conclusión

Al día siguiente, cuando salían de Betania, sintió hambre. A lo lejos divisó una higuera llena de hojas, y fue a ver si encontraba algo en ella. Se acercó, pero no encontró más que hojas, pues todavía no era tiempo de higos. Entonces Jesús dijo a la higuera: « ¡Que nadie coma fruto de ti nunca jamás!» Y sus discípulos lo oyeron”. Marcos 11, 12-14.

No existe justificación válida para no tener fruto. El fruto no ha de ser de temporada sino permanente. No poco sino mucho, no para algunos pocos sino para todos y cuando lo precisen. No debe depender de la estación sino de la necesidad de los demás.

Si las flores son para presumirse, los frutos son para comerse। Cuando producimos frutos no son medallas condecorativas que nos hagan sentir superiores a los demás. Los frutos no son adornos del árbol ni se ponen en una vitrina para ser admirados. Ellos deben estar disponibles para todo aquel que se acerque. No se trata entonces de envanecerse por el logro sino de ofrecerlo a los demás para que lo coman.


Algunos de nosotros estamos más interesados en florecer que en fructificar. Siempre queremos que nuestros grupos cada día sean más numerosos, que tengamos una sólida economía para hacer muchas cosas, tener un buen computador para organizarlo todo, unos estatutos bien definidos etc. Muchas veces nuestro servicio se gradúa por elementos aparentes o triunfos gratificantes, más que por los frutos que produce. No pocas veces buscamos éxitos gloriosos o recibir aplausos pasajeros que se marchitan como los laureles de victoria. Generalmente quienes se glorían de sus éxitos se refieren solo a las flores y no a los frutos. Los frutos no necesitan presumirse se muestran por si solos.

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